La pizarra da trabajo a 2.400 personas de manera directa, aunque es un sector poco conocido al concentrarse principalmente en las comarcas de Valdeorras y Quiroga
Se le llama el oro negro de Galicia. Se corta con diamante (sí, sí, con diamante). Es el trabajo directo de más de 2.400 personas y emplea a unas 10.000 de modo indirecto (en transporte y colocación, fundamentalmente). Cada año se venden unas 400.000 toneladas. ¿Todavía no sabe de qué hablamos? Entonces seguro que no está en Valdeorras ni en Quiroga, las dos comarcas donde se concentran fundamentalmente las explotaciones de pizarra. Un elemento tradicionalmente asociado a los tejados pero que también se utiliza para fachadas. ¿Sigue sin verlo? Piense entonces en la Domus de A Coruña. ¿A que ahora sí?
La pizarra es un sector importante en el PIB gallego, y especialmente en el ourensano. Es, además, uno de los pocos que no se puede deslocalizar. Se podrán abrir canteras en China (sí, de todo hay en China, hasta pizarra), y serán competidoras en precio, que no en calidad; pero no se pueden llevar las montañas de aquí para allí. Precisamente en las montañas es donde se concentran la mayoría de las explotaciones. El sector trabaja fundamentalmente en canteras (alrededor de 50 en Galicia), aunque también hay cuatro minas. La elección de entrar por túneles bajo el suelo se justifica en aquellos casos donde para llegar al filón sería preciso hacer mucho desmonte. «Los ratios de desmonte y aprovechamiento de pizarra podrían ser rentables en algún caso, el problema es dónde metes ese volumen de escombro que sacas para llegar al nacimiento», explica Víctor Cobo, presidente del clúster de la pizarra. La pizarra se ha utilizado tradicionalmente para los tejados. Hay ejemplos de más de cien años de antigüedad que todavía siguen en pie. En los años sesenta, el sector se convirtió en un medio de vida para muchos al descubrirse que había mucha pizarra y un importante mercado en Francia, donde también tenían sus propias canteras, pero cuyas reservas se estaban agotando (en la actualidad ya no queda nada). En aquellos años se cortaban los rachones con explosivos, pero se comprobó que aunque se utilizase pólvora -que tiene poca capacidad detonante- siempre dañaba un poco la piedra, así que se ha reemplazado por el hilo diamantado (eso sí, hecho con diamante fabricado en laboratorio). Con él se sierra la montaña, y después se introduje un martillo picador para ir abriendo las piedras y sacándolas. Cargadas en grandes camiones, son trasladadas hasta la nave de elaboración (que no suele estar muy lejos de la cantera), y entran en la sierra. Los discos de las cortadoras determinarán las calidades finales del producto. «Unas valen más para fina y otra para gruesa. Si la piedra es más fina, y labra a 3,5 milímetros, va para el mercado francés; a 4 para el belga; y a cinco para el alemán o el inglés», explica Cobo, que es también el gerente de Capimor, en cuya nave trabajan cada día con unas 185 toneladas de pizarra en bloque, de la que se aprovecha alrededor del 20 %. ¿Por qué los grosores diferentes? «Por tradición; en Bélgica y Francia tenían canteras y trabajaban a esos espesores. Pero la pizarra es igual de buena a 3,5 que a 5 milímetros», responde Cobo.
De la sierra pasa a la nave de elaboración, donde primero se hace el labrado, donde con un cincel van sacando las piezas de pizarra, que después serán cortadas (en caso de que sea preciso para darle forma redondeada, por ejemplo) y embaladas. En estas dos últimas fases la presencia femenina es más importante, aunque el porcentaje se aproxima al 50 %; mientras que en los trabajos previos, donde es más importante el uso de la fuerza, se trata de puestos fundamentalmente masculinos.
Fuente : www.lavozdegalicia.es – M. Cobas – 05.10.2017